Verónica Abad, atrapada en su laberinto
El dicho aquel de que uno es prisionero de sus palabras le viene como anillo al dedo a la vicepresidenta Verónica Abad.
Ella entendió su elección como si hubiera sido designada la heredera de un vasto imperio.
Apenas se conoció el resultado de la segunda vuelta electoral, Abad y un séquito de colaboradores fueron a la vicepresidencia para conocer los puestos disponibles y el presupuesto que manejaba.
Sus aires de grandeza quedaron confirmados cuando pidió 620 entradas para el cambio de mando, acto que estaba pensado para 950 personas.
Su afán de ostentación chocaba con el llamado a la austeridad que hizo Daniel Noboa Azin, cuando pidió reducir los gastos de la ceremonia.
Una bola de nieve
Abad desarrolló en la segunda vuelta electoral una agenda propia, que era alejada a la propuesta de Noboa y de la alianza política que los auspició.
Noboa ofrecía educación y salud gratuitas y de calidad, pero Abad se mostraba partidaria de cobrar por estos servicios.
El ahora presidente le hizo una primera llamada de atención, al decir que, en base a la Constitución, le encargaría trabajar por los migrantes y por el fortalecimiento de las relaciones con las islas del Caribe y las naciones africanas.
Pero Abad mantenía las distancias con un proyecto político que ponía como protagonista al ser humano y sus necesidades de empleo, seguridad y bienestar.
Prisionera de sus palabras
Abad logró irritar a los movimientos feministas al negar la violencia de género y al minimizar los femicidios, en un país donde una mujer es asesinada cada 72 horas en manos de su esposo, novio, enamorado o pretendiente.
Por eso es que su campaña de denunciar violencia política de género, luego de que Noboa le encargó trabajar en Tel Aviv por la paz entre Israel y Palestina, cae en saco roto.
Las feministas se encargaron de recordarle que ella desconocía la violencia de género y que la defensa de las mujeres debe ser constante, no solamente cuando se considera víctima.
Apelar al Derecho también es inútil, ya que Noboa actuó dentro de lo que manda la Constitución.
Finalmente, la opinión pública tampoco le favorece, menos aún después de que potencias como Estados Unidos, Rusia y China saludaron su nombramiento y le desearon éxitos en su encargo.
Abad se encuentra prisionera en una cárcel que construyó en base a sus palabras, sus fundamentalismos y su ambición de poder