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22 abr. 2022
2 min read
Articulo de opinión via La Gaceta
Una boda celebrada en la ciudad de Trujillo -ubicada a 500 kilómetros al norte de la capital peruana- entre la hija de un político y excandidato presidencial, Belén Barnechea, y un noble español, se convirtió en un capítulo más de la guerra cultural que la izquierda ha desatado en toda la Iberosfera por demonizar el legado español.
Y es que los artículos de Jacqueline Fowks no solo demostraron su ignorancia supina sobre las manifestaciones culturales del norte peruano, acusando de “espectáculo de esclavos” un pasacalle donde bailarines y actores representaron una estampa de la cultura Moche -pueblo prehispánico que habitó la costa norte peruana entre los siglos II y VII-, también levantaron la sospecha de que el propósito de la corresponsal de El País habría sido generar una ola de indignación en redes sociales para desprestigiar a la pareja, percibida como de “derecha”, reforzando la estrategia de polarización que viene crispando los ánimos de los peruanos y, de paso, distraer a la opinión pública de la ineficiente -y presuntamente corrupta- gestión del comunista Pedro Castillo.
Conversamos con Víctor Samuel Rivera, doctor en filosofía por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía, sobre la cultura del resentimiento y la indignación, difundida a lo largo de la Iberosfera a través de agentes subversivos en la academia y medios de comunicación.
-La boda de Belén Barnechea y Martín Cabello de los Cobos se convirtió en la excusa perfecta para desatar los prejuicios contra el legado hispano en el Perú, acusando falsamente a la pareja de haber montado un pasacalle “esclavista”. ¿Le sorprende el grado de hostilidad desproporcionado que desde la prensa y las redes sociales cayó sobre la pareja?
La sociedad peruana se ha desacostumbrado a los eventos sociales grandiosos. En otra época, todos los eventos importantes de una familia eran compartidos con la sociedad, sin importar su rango. Se casaba alguien y se hacía la fiesta en la puerta cuando la persona era pobre, y si la persona era rica, se invitaba a todo el vecindario, que además pertenecía a los distintos rangos sociales y no a uno solo.
Así que había algo que estaba relacionado con las actividades públicas, y es el tema de la integración social. En una sociedad integrada, una familia o un grupo de personas que obtiene algo bueno nunca está separada o aislada de los demás, sino que tiene una especie de mediación simbólica, lo cual en términos actuales se llama la apertura de un espacio público. La forma social de integrar estas experiencias personales es a través de una actividad simbólica que participa la comunidad en mayor o menor grado.
Entonces, es una tradición que no se ha perdido por completo, pero se ha vuelto rara entre las clases acomodadas. Es más común que haya una celebración popular que una fiesta social pública, como solía ser en otra época. O quizá porque haya una difusión de la cultura del resentimiento. En un video sobre ética, el filósofo Miguel Giusti, citando a Michael Walzer, sostiene que el sentimiento más básico que movía moralmente a las personas era la indignación.
Quiere decir, que uno se inspira en relación con los demás sobre la base del odio, la amargura, el resentimiento, la cólera, la envidia y, en cambio, los sentimientos positivos no son generadores de espacios éticos. Acá hay un choque de dos modelos de entender la vida social: por un lado, de participar e integrar a través de la mediación simbólica, y por el otro, lo que ha ocurrido con la crítica de los medios, la lógica de la indignación y el resentimiento que es típica del lenguaje político liberal de los últimos treinta años.
– ¿Por qué la cultura del resentimiento está tan arraigada en la sociedad peruana? Hemos podido observar críticas en redes sociales bastante furiosas, muchas cargadas de rencor social, hacia una pareja y su grupo de amigos y familiares que solo ha organizado una boda acorde a sus costumbres, y que en ningún momento utilizó elementos esclavistas o racistas como señaló maliciosamente un artículo en El País.
Y además una fiesta acorde a su cultura, porque como he señalado, la cultura peruana es una cultura que expande lo personal en el ámbito público y permite la integración de todas las clases a través de formas simbólicas. Las noticias que he leído en medios extranjeros, que tienen el mismo prejuicio que tienen algunos peruanos, no creo que tantos, es que esta boda tuvo una evocación virreinal.
Lo único que tuvo de virreinal esa boda es la ciudad de Trujillo. Todos los demás elementos, que supuestamente convocan a la indignación por supuestas prácticas racistas y discriminatorias, en realidad ha sido un intento no de escenificar una estampa virreinal, monárquica o colonial, sino de hacer una escenificación prehispánica. Es ridículo que haya gente que piense que es una escenificación colonial o racista. Basta con ver las fotografías para comprobar que no hubo ningún espectáculo esclavista como señalaron algunos medios, sino que se trataba de la representación de una danza ritual que aparece en la iconografía Moche. Esta puesta en escena tiene el encanto de querer evocar la grandeza ancestral de los trujillanos.
La hostilidad o animadversión a esta ceremonia viene, en parte, por esta cultura de la indignación y del resentimiento que ha sido fomentada desde la filosofía política de los Estados Unidos a partir de la década de 1990, y que genera una especie de cultura media en los críticos de prensa que los vuelve muy suspicaces ante toda señal que implique desigualdad o implique grandeza, porque en todo eso ven injusticia. La cultura del resentimiento y la indignación está muy enraizada en el Perú por ello.
Y el segundo es la ignorancia de las personas. ¿Cómo pueden hablar de espectáculo esclavista cuando se está figurando en la representación a un antiguo señor Moche? Es evidente que en el pasacalle no se quiere exhibir o resaltar la esclavitud sino la grandeza de un señorío ancestral. Resulta llamativo y preocupante la incapacidad de algunas personas de traducir los símbolos, y esto por desconocimiento cultural. Y aquellos que difaman actividades integradoras, simbólicas, que permiten que el grande y el chico participen de lo mismo, son totalmente execrables y deberían ser sancionadas.
-El Ministerio de Cultura del Perú ha dicho, a través de su plataforma Alerta Racismo, que “reprocha el empleo no adecuado de nuestra diversidad cultural con motivos comerciales y/o de ocio, ya que incide en percibirla como algo exótico, reforzando estereotipos históricos que no suman al trato respetuoso que merece la cultura milenaria del Perú”. ¿Cuál es su opinión sobre esta declaración?
Pienso que, si el ministro de Cultura tuviese cultura, quizá interpretaría los hechos al revés. Lamentablemente, se deja al sector cultural en manos de personas que carecen de ella. ¿En cuántas ceremonias públicas se hace una exaltación tan grande del señorío ancestral de una tierra? Yo creo que casi ninguna. Desgraciadamente, cuando hablamos de cultura, estamos más atentos a los prejuicios negativos e indignados de la democracia radical de los Estados Unidos o del hemisferio norte que a nuestra propia realidad. Y el que rige la cultura debe conocer la suya antes que la de otros, para juzgar su cultura desde su cultura.
-Belén Barnechea, en un descargo a través de sus redes sociales, ha dicho que lamenta que la representación de la cultura Moche en su boda haya sido tergiversada, y advierte que habría un intento por “politizar” este hecho. ¿Usted cree que haya ocurrido esto?
No creo que a un agente específico le interese en particular destruir los eventos públicos con carácter cultural, sino que las personas que han hecho comentarios, desde la prensa extranjera, ignoran por completo el tema del cual están hablando. Pero cuando hablamos de los locales, la situación es más triste. Se tiene que buscar personas idóneas para los cargos relativos a la cultura, porque la cultura es algo sensible.
La cultura existe en la medida en que es una positividad, la cultura es algo afirmativo, no es algo negativo. Esto quiere decir que todo aquel referente, incluso para hablar en un término que no me gusta, apropiación de la cultura, debe ser visto como afirmación de esa cultura y no como su negación o su humillación. Ver las cosas desde el ángulo de la degradación, el deterioro o el insulto es no haber comprendido si quiera la esencia de la cultura.
En síntesis, el cargamontón ha sido para ofender a una pareja que ha querido hacer un matrimonio peruano, y quizá eso desaliente a otras familias peruanas de querer exaltar la cultura de nuestro país y en lugar de eso se casen en privado. Porque la razón de que las familias acomodadas no hacen fiestas públicas es precisamente por esta clase de comentarios que, en lugar de favorecer la integración de todos en una sociedad ordenada, favorece más bien la distinción y el resentimiento de unos con otros.
En otra época, cuando una persona rica se iba a casar, se graduaba o iba de viaje, participaba toda la comunidad para la alegría de la familia. Es una pena que eso ya no exista a causa de la envidia y el resentimiento, que en realidad están originados en un proceso que es del siglo XIX que se llama la “democratización”, y que Nietzsche calificó de manera terrible como “el progreso de la gente ruin”, de la gente que no es capaz de ver la grandeza si es que no la tiene en el bolsillo.
*Víctor Samuel Rivera es licenciado en Humanidades por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), doctor en Filosofía y máster en Historia de la Filosofía por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Ha publicado más de cien trabajos académicos, entre artículos y capítulos de libros especializados de filosofía política, ética y hermenéutica filosófica. Es autor de Pensar desde el Mal (2021) y Tradicionistas y maurrasianos, José de la Riva Agüero (1904-1919) (2017).
Diario El País [http://www.elpais.ed] de España se retracta sobre varios artículos escritos por la periodista Jaqueline Fowks
El cúmulo de desconocimiento, desprecio y rencor de clase ha provocado un escándalo notable en Perú por la crónica de
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