Murales públicos en Quito: la Prefectura detonó una polémica
La noticia se regó como pólvora por redes sociales: a propósito de la conmemoración del Bicentenario, la Prefectura de Pichincha entregará USD 480 000 al artista Pavel Égüez para que realice un mural, en la pared del edificio de esta institución.
El encargo de esta obra abrió nuevamente el debate sobre la historia del muralismo en Quito, la necesidad de concursos para la entrega de dinero público que fomenten el arte y hasta discusiones acaloradas sobre la obra de Égüez, un artista cuya propuesta estética ha sido calificada como un pastiche de la obra de Guayasamín.
Murales emblemáticos en Quito
Desde mediados del siglo XX, las paredes externas e internas de varios edificios públicos de la ciudad se convirtieron en el mejor espacio para artistas interesados en el muralismo, un movimiento que tuvo su epicentro en el México de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Diego Rivera.
En la casona de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE), por ejemplo, hay dos murales. Se trata de obras creadas por los artistas Diógenes Paredes y José Enrique Guerrero; ganadores de la primera y segunda edición del Salón Nacional de Artes Plásticas de la CCE.
En esta institución también está ‘El incario y la conquista española’ de Oswaldo Guayasamín y ‘Forjadores de la nacionalidad ecuatoriana’, cuyo autor es el artista Galo Galecio; murales que refuerzan el discurso de la época sobre la identidad nacional.
Por su parte, en el zócalo exterior del edificio del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) está ‘Trabajadores del Ecuador’ de Jaime Andrade y en el subsuelo ‘Protección de los trabajadores’ de Galecio. Asimismo, en el hemiciclo cercano al rectorado de la Universidad Central aparece ‘Historia de América’ de Andrade; y en la Facultad de Jurisprudencia ‘Historia del hombre y la cultura’ de Guayasamín.
A criterio de la historiadora Trinidad Pérez, el “movimiento” muralístico en la ciudad, de mediados y finales del siglo XX, estuvo circunscrito a un puñado de nombres; entre estos se destaca el de Jaime Andrade por sus ideas de “avanzada” dentro del arte local. “Se trata de una persona -dice- muy comprometida con los sectores marginales, pero no con el mundo de la política como pasó con otros artistas”.
Ausencia de un concurso público
La Prefectura de Pichincha confirmó que no se realizó un concurso público para elegir al artífice del mural sobre el Bicentenario. Argumentan que la obra fue encargada a Pavel Égüez porque se trata del principal exponente del muralismo ecuatoriano.
“Sus murales en Ecuador, Venezuela y Guatemala -dicen desde la Prefectura- le han dado reconocimiento internacional. Por otra parte, es un artista que cuenta con cuarenta años de experiencia en la ejecución de murales”.
La Prefectura argumenta que la selección de este artista no es ilegal, antijurídica o dolosa. Sin embargo, historiadores del arte como María Fernanda Cartagena se cuestionan por qué en los últimos años, un mismo artista ha recibido tantos encargos para realizar obras que están en instituciones públicas de ciudades de todo el país.
Solo entre el 2009 y el 2016, los encargos realizados a Égüez, un artista abiertamente cercano al correísmo, suman once. Sus obras están en instituciones como la Secretaría de Educación Superior en Quito; el Complejo Judicial en Otavalo; el Complejo Judicial del Tena; la Corte Provincial del Guayas; o el Consejo de la Judicatura de Cayambe.
Para Cartagena no existen argumentos válidos para el encargo que la Prefectura hizo a Égüez y añade que no es el único artista del país con experiencia en la hechura de murales. “Es una decisión totalmente discrecional y a dedo, que está fuera de cualquier criterio informado sobre la historia del arte y la esfera pública. Hay algo que tiene que quedar claro: la ciudad no es la sala de la casa de la señora prefecta”.
Con ella concuerda otra historiadora del arte, Mónica Vorbeck. Esta académica asegura que “se trata de un artista cuya obra no tiene una intencionalidad artística contemporánea ni de trascendencia, que tiene un discurso de mediados del siglo pasado”.
Asimismo, sostiene que lanzar un concurso para la realización de obras en espacios públicos no es suficiente si ese proceso no está acompañado de un comité independiente de expertos que decida al ganador de la convocatoria. “En las instituciones públicas -dice- hay un desconocimiento de lo que sucede en el ámbito artístico . Han invisibilizado al arte contemporáneo.
Entrevista a Pavel Égüez, muralista ecuatoriano
¿Para usted cuál es el papel que juega el muralismo en los espacios públicos?
El muralismo es en esencia un arte público, desde sus inicios parte de la necesidad de que el arte sea de propiedad social. A un siglo de su inicio como movimiento hoy hay más muralistas por el mundo. Basta ver la cantidad de encuentros, colectivos y movimientos de muralistas que existen.
¿Cuál es su opinión sobre los encargos directos de obras artísticas que se hacen desde las instituciones públicas?
El muralismo al ser un bien social solo puede darse con fondos públicos, sin ellos no existiría el patrimonio artístico que tienen varios países. Los fondos privados no son generosos con el arte público; invierten solo en sus colecciones privadas, no tienen interés social. Solo el sentido de lo público puede financiar un arte que esté en plazas y espacios comunitarios. Si se cuestiona la inversión en arte no tendrán futuro los jóvenes artistas que se están formando hoy.
¿Cuál es el legado artístico que siente que está dejando con sus murales?
Insistir en el muralismo como un movimiento artístico profundamente latinoamericano, que sigue ejerciendo el sentido del arte como un bien social y público. No es un adorno, no decora. Mis murales son solo una voz que debe enriquecer la diversidad de miradas que tiene el arte