Las bandas de pueblo, con más contratos en diciembre
En una banda de pueblo el bombo es el sonido más importante. Es ese ‘boom’ que -dicen los músicos- define no solo el ritmo y la velocidad de la tonada, también marca el compás de los latidos del corazón. Porque el amor a la banda de pueblo– insisten- se lleva en la sangre.
A los miembros de estas agrupaciones los une, además de la música, lazos de consanguinidad. Son, en su mayoría, hermanos, tíos, primos, sobrinos y nietos que desde pequeños crecieron con el retumbar del tambor y de la trompeta acompañando sus primeros pasos.
No hay un registro de cuántas bandas de pueblo hay en la capital, pero José Cóndor, presidente de la Asociación de Bandas del Noroccidente Quito, calcula que no son menos de 100. A su grupo pertenecen ocho que acogen a 115 músicos.
La vida musical de don José empezó a los 15 años. Comenzó tocando la guitarra, luego aprendió a tocar el bombo, los platillos, los timbales, el güiro y el redoblante. En la banda es el encargado de dar vida al saxo.
La primera canción que entonó como miembro de una banda fue Carabuela, un antiguo sanjuanito, y a sus 45 años conformó la banda San Miguel del Comité del Pueblo. Bautizó al grupo con ese nombre en honor a un amigo muy querido que le regaló su primer requinto y que falleció.
Vivir de tocar en una banda de pueblo es imposible, por lo que todos los miembros tienen otras profesiones. Él es jardinero, pero también hay albañiles, sastres, zapateros…
Antes de la pandemia, diciembre era un mes de muchas presentaciones. Las fiestas de Quito, los pases del Niño y los monigotes eran la excusa perfecta para contratar a estos grupos musicales. Las presentaciones empezaban el 15 de noviembre y tenían tres semanales.
En las fiestas de Quito se presentaban tres veces al día. Hasta el 2019 cobraban USD 200 por cada presentación de dos horas. Con eso pagaban a los músicos y el transporte de los instrumentos.
Pero llegó la pandemia y lo cambió todo. Durante todo el 2020 solo hicieron una presentación virtual. Este año, debieron bajar el precio a USD 140 y el grupo de músicos se redujo a la mitad. Hasta el 20 de diciembre tuvieron tres presentaciones.
No hay edad para pertenecer a una banda. En su grupo hay dos niños de 8 años. Uno de ellos es Juanito Cóndor, su nieto. Don José está convencido de que las personas nacen con el gen musical en la sangre. Asegura que Juanito tiene sus genes, y que es una herencia de su papá y de su abuelito.
El niño toca el tambor desde los cuatro años. Aún no sabía ni hablar con claridad, pero ya cogía el ritmo.
Desde esa edad tiene su uniforme de la banda: camisa roja y pantalón negro, por lo que era uno de los atractivos en las presentaciones. El papá de Juanito toca el trombón en el grupo. También hay dos chicas: una toca el saxo y otra, la trompeta.
Ahora es común ver a mujeres tocando en una banda, pero hace 20 años, era raro. Cuando Rosa Quishpe empezó a hacerlo, la miraban mal. Llegaron a decirle incluso que su lugar es en la cocina. Pero a palabras necias oídos sordos, y ahora, a sus 41 años, es la directora de la banda Los Fundadores de Cotocollao.
Su padre era el músico mayor, pero falleció el 13 de enero y le pidió que se hiciera cargo de su puesto.
Rosa toca los platillos desde su juventud. Empezó a hacerlo por necesidad; a sus 17 años dio a luz su primer hijo y necesitaba un sostén para su familia. Su padre le enseñó.
“Me tocaba el hombro y me ayudaba a coger el ritmo”, recuerda y cuando cumplió 20 se unió a la banda por primera vez. Admite que no fue sencillo debido al machismo, pero su pasión por la música le hizo salir adelante.
Antes del 2 000 eran poquísimas las mujeres que tocaban en bandas. Ahora, la mayoría tiene al menos una chica entre sus músicos.
Rosa es la encargada de hacer contratos, organizar al personal y pagar a los músicos. Debieron bajar los precios, ahora, cada tocada de dos horas cobra USD 150.
Este mes por fiestas de Quito tuvieron 30 presentaciones por lo que debieron hacer dos grupos. Pero la temporada alta pasó y ahora están de nuevo sin contratos.
Espera que el próximo año se regrese a la normalidad, cuando en diciembre tenían unas 200 presentaciones.
Rosa y don José coinciden en que hace falta más apoyo y una política de Estado que respalde a estos grupos musicales. Caso contrario- dicen-la ciudad, poco a poco, se irá quedando sin la alegría particular que solo una banda de pueblo es capaz de contagiar a la comunidad