La muerte de Helen revela más crímenes sin resolver
Tenía 20 años cuando decidió dar paso a su transformación. La predilección por lo femenino y su trato delicado le costó dolor, rechazo, soledad… Nada impidió que su piel cediera espacio al nombre que eligió: Helen.
Cada letra fue grabada en su brazo junto a estrellas teñidas de tinta. Esa es ahora una de las pocas señales para identificar sus restos. Helen Maldonado fue asesinada la violenta noche del 12 de noviembre del 2021, en la Penitenciaría del Litoral.
Murió 17 días antes de cumplir 29 años. Cumplía una condena de 30 meses de prisión luego de que le hallaran unos cuantos gramos de droga H.
Antes de la masacre, ella y otras transfemeninas pidieron ayuda. Odalys Cayambe dice que sabían que se alistaba un nuevo ataque sangriento y rogaban su paso a pocos metros de la Peni, al área de atención prioritaria de la cárcel Regional, donde la condena para la población Glbti es un poco más llevadera.
“Helen es solo la voz de lo que hemos pedido por años al Estado: respeto a la identidad, a la expresión de género, a la vestimenta en el sistema carcelario. Estamos y estuvimos allí -en las cárceles para varones- porque tenemos pene; el resto no les importa”.
Odalys dirige la Red Comunitaria Trans del Ecuador Vivir Libre, que desde 2017 ha dado soporte a más de 200 mujeres transexuales que estuvieron y están encarceladas por riñas en la calle, consumo de drogas o porque son acusadas de robo por clientes que buscan servicios sexuales.
Fue así como conoció a Helen, en el pabellón 6. Aún no sabe cómo llegó al área de transitoria, donde fue masacrada.
La tortura, cuenta Odalys, comienza mucho antes, desde que ponen un pie en las celdas. “Estar adentro es cuestión de sobrevivencia, de existir y resistir. Una forma de resistir es la prostitución, las obligan a ser esclavas del sistema, a ser mulas…”.
El crimen de Helen destapa otras 12 historias de asesinatos y muertes violentas en lo que va de 2021, de miembros de la comunidad Glbti.
El informe ‘Runa Sipiy Ecuador’, elaborado por la Asociación Silueta X, registró en 2020 otras 15 muertes en el país que no han sido esclarecidas. Mientras que entre 2010 y 2019 detectaron 58 asesinatos.
“Desde 2010 hemos identificado estos casos y los avances no son claros. No sabemos si siguen en investigación previa, si fueron apelados o si hay sentenciados. La Fiscalía debe abrir investigaciones de oficio si nuestros familiares no quieren saber nada de nosotros como comunidad”, dice Diane Rodríguez, presidenta de Silueta X.
La plazoleta ubicada frente a la Fiscalía del Guayas fue cubierta la semana anterior con cruces, por Helen, Wilson, Ángelo… Días después develaron un mural en la sede de Silueta X, también con cruces, para denunciar la violencia que viven. Este 20mde noviembre del 2021 se suman a una marcha nacional para exigir el cumplimiento de sus derechos.
En los últimos años, los crímenes contra la comunidad han dado un giro. Ya no suceden por riñas callejeras o por ataques homofóbicos. Ahora los principales sospechosos son sus parejas. “Es similar a los casos de femicidio, son transfemicidios”.
Wilson fue asesinado la madrugada del pasado 12 de julio. Esa noche vieron salir de su departamento al hombre que cinco años atrás lo había dejado al borde de la muerte tras una brutal golpiza. Hace pocos días, su hermana Flora Guillén descubrió en las páginas del expediente el informe de la autopsia: le rompieron el cráneo, su rostro quedó desfigurado, sus brazos fueron quebrados, también fue degollado.
“Él era como mi hijo y quiero que se haga justicia -cuenta Flora-. Una amiga me dijo que ellos mueren así, traicionados, porque no ven maldad en la gente. Esas palabras me dieron paz y fuerzas para dar con el culpable”. Desde la muerte, ella ha buscado pistas y testigos para que el caso avance.
La familia de Helen no piensa por ahora en demandas. Hasta no dar con su cuerpo guardan una tenue esperanza de hallarla con vida, en algún pabellón de la convulsionada Penitenciaría. Allí había cumplido la mitad de su pena y esperaba solicitar la prelibertad, un trámite que al final resultaba tan costoso que desistió.
“Ni siquiera tenemos su cuerpo para poder llorar en su tumba y asimilar que ya no está”, cuenta un pariente, quebrantado. “Pensábamos identificarla por sus tatuajes, el del brazo y otro en su espalda, pero aún hay varios cuerpos incinerados”.