El voluntariado ayudó a mitigar los impactos en la educación
La pandemia del covid-19 generó impactos sin precedentes en la educación del país. 4,6 millones de niños, niñas y adolescentes se vieron afectados por el cierre de las escuelas y seis de cada 10 niños no pudieron continuar sus estudios por falta de conectividad. Y 90 000 abandonaron el sistema educativo, según Unicef.
Para mitigar los problemas educativos de la emergencia sanitaria, organizaciones de voluntarios y filántropos han desarrollado proyectos de acompañamiento pedagógico, sicosocial y nutricional.
A través de fundaciones, oenegés, universidades y autogestión, han estado en la primera línea de respuesta con el fin de contribuir a que el país pueda alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas. Este trabajo voluntario se realza este mes.
En el país laboran más de 12 000 voluntarios nacionales y extranjeros en obras sociales, aunque no hay cifras globales de los logros conseguidos en estos 21 meses de pandemia.
El Proyecto de Hermanamiento Educativo, implementado por la Fundación Voluntar, la Cooperación Técnica Alemana y la Unión Europea, benefició a 1 400 chicos de 547 familias de seis provincias de la frontera norte.
954 voluntarios dedicaron 60 000 horas de acompañamiento educativo a niños, adolescentes y a sus familias. Hay otras experiencias en este campo que vienen desde movimiento Scouts Ecuador, Todos Somos Uno, Universidad Técnica Particular de Loja.
Para Rocío Vergara, coordinadora del Programa de Voluntariado de las Naciones Unidas en Ecuador, no hay datos claros de los resultados porque no hay una ley ni una institución gubernamental que coordine el trabajo y las prioridades que tiene el país.
“No tenemos datos de dónde están los voluntarios, cuántos son y en qué temas trabajan”, dice. “Pero hay un gran aporte. Unos hacen voluntariado de forma individual y otros, desde las organizaciones como la Red Ecuatoriana de Voluntariado, que reúne a nueve instituciones representativas”.
‘Tuvimos que reinventarnos para enseñar’
Carolina Velásquez, 28 años /Scouts del Ecuador
En octubre del 2017 me involucré a Scouts del Ecuador por una convocatoria pública. En ese entonces tenía sobrinos que se beneficiaban de programas educativos y me parecía interesante el trabajo.
Donaba mi tiempo los fines de semana para trabajar con adolescentes en actividades al aire libre, también en el fortalecimiento educativo, en proyectos sociales, colecta de víveres y útiles escolares, campañas de recolección de fondos para niños con cáncer y a favor de familias de escasos recursos económicos.
Durante la pandemia tuvimos que reinventarnos, enseñarles el uso de las plataformas y pasar todas esas actividades a la virtualidad. Hubo cosas duras: jóvenes muy dolidos porque perdieron a sus seres queridos y la impotencia de ayudarles a conseguir medicinas.
También el clamor de los jóvenes de volverse a reencontrar en esos espacios de contacto, juegos y campamentos. Esas son experiencias educativas y de convivencia donde los estudiantes aprenden, enfrentan desafíos y adquieren disciplina y organización.
En una sola ocasión, los 10 voluntarios de mi proyecto pudimos llevar material educativo junto con kits de bioseguridad, alimentos y juguetes a los niños de un albergue. Antes de la pandemia esas entregas las hacían los mismos jóvenes de los grupos y de esa manera aprendían el valor de la solidaridad.
Ahora estudio Psicología y por la experiencia que estoy adquiriendo, desde septiembre me contrataron en Scouts del Ecuador como gestora de formación y voluntariado. Desde ese espacio seguiré aportando.
‘Repotenciamos tablets para niños de las parroquias’
Luca Pallanca, 45 años / Todos Somos Uno, Cuenca
Soy italiano y en enero del 2014 llegué a Cuenca. Cuatro meses después abrí una pizzería. Cada mañana, la comida que sobraba de la noche anterior no la tiraba. La calentaba y ofrecía a unas 20 personas que vivían en la calle.
Con la pandemia aumentó la gente que esperaba comida afuera del restaurante. A todos les daba algo. Ante esa demanda creciente, la ciudadanía se unió con donaciones de alimentos, medicinas y ropa para las familias más necesitadas de Azuay y creamos el proyecto Todos Somos Uno.
Cuando supe que más del 30% de los niños no estaban en clases me pareció que era gravísimo.
Encontramos en la feria libre (Cuenca) a un menor que recibía clases debajo de un árbol, para alcanzar Internet de una vivienda. Fue muy duro porque ellos tienen derecho a estudiar.
La gente empezó a donar escritorios, computadoras y tablets que ya no usaban. Las repotenciamos y pudimos entregarlas a familias de comunidades alejadas de las parroquias Molleturo, Chaucha. La felicidad en los rostros de los pequeños era notable.
En alianza con la Unión Nacional de Educadores abrimos un salón con 30 computadoras en el centro de Cuenca para que los estudiantes reciban sus clases. Voluntarios de las universidades se unieron en la enseñanza y seguimos en esta cruzada.
En este espacio los niños hasta juraron la bandera de forma virtual, porque no podían hacerlo en sus escuelas. Hemos llegado con más de 300 kits de alimentos a familias de niños de escuelas unidocentes de la ruralidad y seguimos. Tengo ganas de ayudar.
‘El voluntario y quien recibe su apoyo crecen’
Juan F. García, 38 años / Proyecto Voluntar, Quito
Inicié el voluntariado a través del programa de vinculación con la comunidad de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador hace más de un año. Nos conectaron con la Fundación Voluntar (Quito) para apoyar un proyecto de hermanamiento educativo.
Soy docente. Fuimos 954 voluntarios del programa y cada uno tenía una familia a su cargo. Era una estrategia muy buena porque garantiza el acompañamiento. Durante ocho meses trabajé con cuatro integrantes de una familia venezolana que vivía en estado de vulnerabilidad.
Todo era virtual. Al inicio el niño de 10 años tenía bajo rendimiento y estaba desmotivado. Su profesora le enviaba la orden de las tareas por WhatsApp, pero no había explicación previa. Nos conectábamos tres veces por semana para enseñarle y también trabajar en lo emocional.
Las interacciones estaban enfocadas a escuchar al niño y sus padres, a explicar lo que no entendía y hacer el seguimiento de tareas. En seis meses elevó su rendimiento y mejoró la situación económica de sus padres porque encontraron trabajo.
Fue una gran satisfacción. El voluntariado es una experiencia en la que uno crece tanto como las personas que reciben el servicio. Se crea un lazo afectivo y siempre estaremos pendientes de escribirles para saber de ellos, motivarlos y felicitarlos.
Como voluntario contribuí con lo que me gusta: la docencia. Y con los más afectados en esta pandemia: los niños que se quedaron sin escuelas, sin compañeros de aula, sin la interacción con los docentes. Eso es grave y nos queda un trabajo extenso.